La Pandemia del Mal Liderazgo
Por Jose Madrigal Hernández
El mal liderazgo puede extenderse rápidamente dentro de una organización si los líderes no gestionan adecuadamente las conductas, comportamientos y las influencias negativas, afectando a todos los niveles. Así como un virus se propaga sin control, los malos hábitos del liderazgo se esparcen a través de las interacciones cotidianas, contaminando la cultura organizacional y deteriorando el ambiente laboral. En este contexto, el liderazgo no solo se ve como un conjunto de habilidades o competencias, sino como una fuerza contagiosa que puede mejorar o empeorar el estado de una organización, dependiendo de cómo los líderes trabajen, desarrollen y gestionen el liderazgo.
La analogía con una pandemia
La analogía con una pandemia es clara: un liderazgo deficiente, que no se ha trabajado ni corregido a tiempo, se expande por los equipos y áreas, replicando comportamientos negativos como la falta de comunicación, la toma de decisiones autoritaria, la falta de empatía o la resistencia al cambio. Así como un virus no discrimina, un mal líder no tiene fronteras y afecta a todos por igual. Los equipos empiezan a replicar sus conductas, no necesariamente por convicción, sino por imitación. Esto me hace recordar una frase que escuché y que traigo conmigo desde épocas de colegio: “las actitudes se contagian”. La falta de autocorrección de esos líderes multiplica el mal liderazgo y crea un entorno negativo.
Impacto a largo plazo
Este tipo de liderazgo no solo impacta los resultados inmediatos de la organización, sino que también tiene efectos a largo plazo. En un escenario donde los líderes con áreas de oportunidad no trabajadas se convierten en los encargados de elegir a los nuevos líderes, se crea un círculo vicioso que puede ser difícil de romper. Los líderes que no reciben formación en las mal llamadas ‘habilidades blandas’, que en realidad son “habilidades poderosas”, como la inteligencia emocional, la resolución de conflictos o la gestión de equipos, no solo se vuelven ineficaces, sino que también generan un entorno donde estos mismos problemas se aceptan o se ignoran, reproduciendo los mismos errores una y otra vez.
El mal liderazgo es un fenómeno gradual y silencioso
Este fenómeno puede ser especialmente dañino porque, al igual que una pandemia, avanza de forma silenciosa y gradual. No siempre se percibe de inmediato, pero cuando los efectos se hacen evidentes, ya ha alcanzado una proporción difícil de manejar. La falta de liderazgo efectivo se convierte lentamente en un ‘virus’ que afecta la productividad, la creatividad, la mentalidad de crecimiento y la innovación. Los colaboradores pierden confianza, el ánimo decae y la organización entra en un entorno donde la falta de dirección afecta a todos.
Es urgente que las organizaciones reconozcan este fenómeno y actúen proactivamente para evitar que el “virus” del mal liderazgo se propague. Esto comienza con un reconocimiento honesto de que muchos líderes pueden estar afectando negativamente a sus equipos, y de que los malos hábitos deben identificarse y corregirse de manera sistemática. La solución no pasa por castigar a estos líderes, sino por ofrecerles oportunidades de aprendizaje y desarrollo. Las organizaciones deben hacer de la formación en habilidades poderosas una prioridad. La empatía, la comunicación efectiva, la adaptabilidad y la capacidad para tomar decisiones equilibradas son competencias vitales para cualquier líder en el mundo actual, para que puedan fortalecer la manera en que administran, desarrollan, motivan y cuidan a sus equipos.
Promover una cultura consciente
Es fundamental que las organizaciones promuevan una cultura de liderazgo consciente, donde los líderes se formen constantemente en su autoconocimiento y en la mejora de sus competencias emocionales y sociales. Deben estar preparados para enfrentarse a los desafíos, pero también para reconocer sus propias limitaciones y corregirlas a tiempo. Esto no solo mejorará la calidad del liderazgo, sino que generará una cultura organizacional más sólida y resistente.
Es claro que la reflexión final es la siguiente: al igual que cualquier pandemia, el mal liderazgo puede ser prevenido si se toman las medidas adecuadas a tiempo. Las organizaciones deben enfocarse en desarrollar a sus líderes como agentes de cambio positivo, no solo con estrategias de negocio, sino también con herramientas emocionales que les permitan conectar con sus equipos de forma genuina y efectiva. Solo así se podrá evitar que el mal liderazgo siga propagándose, construyendo un entorno más saludable y productivo para todos, en donde las organizaciones inviertan en la generación y distribución de esas “vacunas” a través de programas robustos de desarrollo para sus líderes actuales y futuros.